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jueves, 5 de junio de 2014

Representatividad y Asepsia

¿Quién me representa? ¿Vale realmente la pena?
Me va a resultar francamente difícil empezar esta entrada sin una mínima referencia al período de silencio (casi tres meses), cuyas causas tienen mucho que ver con el tema de hoy. Pero, por ahora, será suficiente justificar el mismo con un notable aumento de actividad en el ámbito político que ha monopolizado prácticamente mis recursos físicos y mentales hasta el punto de esterilizar mi natural querencia a la escritura, vista como el resultado de un proceso creativo por excelencia, cuya primera y agradecida fase es pensar. Por lo tanto, puedo asegurar que la tarea en la que estoy —todavía— metido, ha sido —y es— tan gratificante y absorbente que no lo he echado de menos. Y me refiero tanto a pensar en política como a escribir sobre ella.

Se preguntarán (yo lo he hecho) qué es lo que ha llevado a un escéptico político redomado, ferviente defensor de la inacción activa, a involucrarse en un proyecto político hasta el punto de olvidar su cita periódica con la pluma y papel virtuales. La respuesta es simple: Encontré —o creí haber encontrado— la piedra filosofal, la respuesta a todas mis inquietudes, la recuperación de la confianza en la política, la confirmación de que no todo estaba perdido, que existía esperanza de cambio, de regeneración o, por lo menos, que existía una percha, un banderín de enganche para los desencantados como yo, donde un grupo de personas —pronto verifiqué que muy reducido, casi una élite— luchaba desinteresadamente por conseguir un objetivo clave en cualquier sistema democrático de calidad: la representatividad. Porque la representatividad siempre ha sido, para mí, el concepto que se encuentra en la cúspide jerárquica de la democracia. Pero ya es momento de abandonar las referencias personales (la ética) y centrarme en la vertiente colectiva (la política).

Siguiendo con mi costumbre de generalizar y no personalizar, me abstendré de transcribir el nombre de la organización política que, en forma de partido, ha absorbido buena parte de mi tiempo libre, aunque, a pesar de su escasa implantación en el mercado político, no será difícil su identificación.

Su objeto es simple: brindar a la ciudadanía huérfana de representación política una vía para visibilizar su descontento mediante su voto y su posterior materialización en algo tan concreto y físico como un escaño vacío en las instituciones. La quintaesencia para un racionalista. Adicionalmente, como consecuencia de no ocupar el escaño, ni el elegido ni el partido cobrará sueldo ni subvención alguna. Y la guinda del pastel es que, una vez conseguido que la Ley Electoral garantice la representatividad del voto en blanco, el partido ¡se autodisolverá! (como en Misión Imposible)1. Para mí, todo un descubrimiento. Pues bien, basta de preámbulos. Vayamos al título.

Representatividad:
Este es un concepto capital. En este blog siempre he defendido que los políticos son nuestros representantes, en los que hemos delegado la gestión de la cosa pública, especialmente a través de nuestros impuestos. Para esto los votamos. No es momento de entrar en más profundidades respecto a si votamos partidos o personas físicas. En cualquier caso, en el estado actual de la cosa, resulta secundario. Votando a un partido, delegamos en él y en sus políticos nuestra representación. En terminología empresarial, los políticos son los proveedores y los electores los clientes. Y los clientes, además de siempre tener razón, deben estar satisfechos. Y el enorme déficit de nuestro sistema es, precisamente, la falta de representatividad de los insatisfechos, a los que sólo les queda la abstención, el voto nulo o el voto en blanco como forma de expresión de su posición crítica, acciones sin consecuencia alguna y, por descontado, ausentes de toda representatividad formal. Esto determina la exclusión del sistema de una significativa parte de la ciudadania que en las recientes elecciones europeas, ha superado la mitad del censo (52,87%). Por lo tanto, la crisis es de representatividad y corregir este déficit representa una prioridad total. De ahí mi sintonía con el proyecto. Pero hay más.

Asepsia(2):
Para una mentalidad analítica, que gusta de hacer las cosas una detrás de otra, en secuencia, resulta absolutamente fundamental establecer una escala de prioridades que determine el orden de actuación. Y ya hemos establecido como primordial la representatividad. Nada hay más ineficaz y, por ende, más ineficiente que la dispersión de esfuerzos en una estéril multitarea que como pollo sin cabeza vaga sin rumbo entre complejidades conceptuales que sólo impresionan a la galería y satisfacen el ego del sujeto político de turno. Por esto, para mí, el discurso político debe ser aséptico, libre de toda contaminación que le aleje del objetivo principal: la representatividad. Y para esto, el discurso debe ser entendible y comprensible, destilado y concentrado en la esencia de lo que se pretende. Y contra más evidente, concreto, material y físico sea al objetivo, mejor. ¿Qué puede haber más concreto que un escaño vacío
Haciendo uso de la definición, procede ejecutar «un conjunto de procedimientos científicos destinados a preservar de gérmenes infecciosos el organismo...», organismo político, añado, es decir, el partido. Y estos gérmenes —como lamentablemente he podido observar desde dentro— son la pérdida de perspectiva y el deseo de extender las actividades más allá de la simple y, paradójicamente, compleja exigencia de representatividad, pudiendo dar al traste con todo el proyecto. Los grandes conceptos arrastran con ellos la indeseada y onmipresente incertidumbre del lenguaje, potentísima barrera para la comunicación y el entendimiento. ¿Qué quiere decir exactamente mejorar «la democracia»? ¿No querremos decir mejorar «a los demócratas»? O, incluso...¿mejorar a «la sociedad»? ¿Quienes somos nosotros para arrogarnos tan grandilocuentes y confusas metas? ¿Porqué no concentrarse en una sola tarea: conseguir la representatividad?

Se olvida que la sociedad es como es —no como nos gustaría que fuera— y que, una vez cumplido el hipotético —y utópico, con perdón— objetivo de representatividad plena, la sociedad tendrá la oportunidad de elegir con libertad cualquier opción, y que, entonces, la praxis política será un reflejo fiel de la ciudadanía, la cual, a fin de cuentas, en democracia, ha sido, es y será soberana. Y cuando esto suceda, a disolverse y quien tenga vocación política, que la ejerza desde su puesto. Y si la vocación resulta insostenible, no será por falta de otros partidos con manifiestos, programas y estatutos mucho más complejos y profundos que éste (no sé si tan auténticos).

Conclusión:
El descubrimiento de un partido con un objetivo concreto, físico, único, claro, mensurable, asumible por cualquiera e ideológicamente transversal, que coincidía al 100% con mi análisis del sistema político y su déficit fundamental, representó todo un shock, lo que me llevó a abandonar mi escepticismo e involucrarme en el proyecto, a sabiendas de la dificultad intrínseca, pero feliz de no encontrarme solo en el empeño. Y la verdad es que ha sido gratificante, en especial, la calidad y el compromiso de las personas que he conocido. Pero el mismo hecho de haber encontrado tiempo para pensar y escribir este artículo no me parece buen síntoma. Recientemente, con motivo de un debate sobre la posición formal del partido frente a cuatro conceptos con mayúscula (Abdicación, Referéndum, Monarquía, República), he apreciado una cierta crisis de identidad que me ha hecho sentir profundamente incómodo, asistiendo a reiterativas discusiones conceptuales que no conducen a nada y que diluyen el concentrado al que me refería anteriormente: la representatividad. Quizá todo sea problema mío, y no haya sido capaz de entender y comprender el manifiesto y el programa, pero no lo creo. En todo caso, esto parece ser extensivo a muchos miembros. Siempre he mantenido que «la calidad de una proposición es inversamente proporcional al número de interpretaciones que admite». Y para mí, el manifiesto es de extraordinaria calidad. Es más, lo calificaré de excelente. Y el problema es que, cuando abandonamos la compleja simplicidad del escaño vacío, salen a la luz las diferencias ideológicas y culturales, incluso éticas, cuya privacidad era (3) uno de los mayores valores del colectivo y, por extensión, del proyecto. 

Y con esto, desaparece la Calidad y la Excelencia y triunfa la Política. Pero no la que deseo (deseamos), sino la que tanto he (hemos) denostado. Esperemos alguna vacuna. Seguiremos informando (4)

 Notas:
1. Espero que esto no sea premonitorio
2. asepsia (RAE).
(Del fr. asepsie).
  1. f. Med. Ausencia de materia séptica, estado libre de infección.
  2. f. Med. Conjunto de procedimientos científicos destinados a preservar de gérmenes infecciosos el organismo, aplicados principalmente a la esterilización del material quirúrgico.
3. Tiempo verbal en pasado.
4. Esta entrada puede leerse tanto en clave interna (compañeros del partido) como externa. En este último caso, puede ser ilustrativa de la situación en que se encuentra lo que pudiera ser el último reducto de autenticidad de un pequeño elemento atípico aquejado de fiebre en riesgo de ser reabsorbido y metabolizado por el sistema.

2 comentarios:

  1. Cuando falla la asepsia, el único remedio es la desinfección.
    En nuestro caso, los intentos autocráticos solo pueden ser combatidos con grandes dosis de democracia aplicada con mucha responsabilidad.
    Creo que lo estamos haciendo bastante bien !!!

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    1. En primer lugar, gracias por el comentario, que me permitiré matizar: la asepsia es preventiva, mientras que la desinfección es correctiva. Y se aplica cuando el mal ya está hecho. Además, normalmente, la desinfección no se caracteriza por su selectividad, por lo que, además del germen patógeno, se lleva por delante otros que pueden ser beneficiosos. Todo esto sin entrar en la legitimación del "desinfectador". Saludos.

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