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lunes, 16 de junio de 2014

Ser o No Ser (demócrata)

Esta es la cuestión...
Toda decisión (sea multiopción —en el caso que nos ocupa, una mesa en un colegio electoral llena de papeletas distintas—, un obvio referéndum o el menos obvio 2 + 2, que se otea en el horizonte para Noviembre), en último término se reduce a dos. Y la aceptación de una de ellas implica el rechazo de la finalista, por descarte de las demás. En resumen, aceptar es rechazar, y cuando te lo dan resuelto (en forma de sí o no) es de agradecer. Por lo tanto, ante una decisión, siempre nos encontramos frente a un dilema. Pero no siempre es tan fácil. No todo es como elegir entre blanco y negro o un perfume entre muchos. Imaginemos tener que elegir entre ser demócrata y no serlo. Así, sin adjetivos ni matizaciones. Imaginemos también que, en un momento dado, esta elección se hace necesaria y que, cuando se te exige (o te la exiges tú mismo, por coherencia), resulta que crees que ya lo eres. Nos encontramos entonces frente a un dilema existencial complejo, casi hamletiano. En especial, si tu decisión puede ser interpretada de forma simplista con un «no decir sí es decir no». Y en estas estamos. Pienso en que conviene huir como de la peste de dilemas tan genéricos, pero en ocasiones, no resulta fácil. Sobre todo si te metes en el charco de cuatro patas. 

Recientemente, en el fragor de un debate político promovido por mí, con un objetivo pretendidamente inocuo, fundamentalmente descriptivo y declaradamente no polémico, consistente en publicar mi interpretación sobre un manifiesto aquejado de discrepancia aguda, con la ingenua pretensión de contrastar con otras interpretaciones y consensuar un término o concepto capaz de resumir la esencia del documento, vi rebatida mi interpretación y rechazada mi propuesta («representatividad») frente a la todopoderosa e imbatible madre de todos los conceptos políticos («democracia»). Y ahí terminó todo (1). A ver quién es el valiente que presenta oposición. Nadie. En mi opinión, esta extrema simplificación había abortado el debate.

Menudo dilema. Porque discrepo y a la vez, estoy de acuerdo. Y con ello entro en crisis total, porque esta situación me ha llevado a aceptar una cosa y la contraria simultáneamente, algo que me identifica con la clase política más extendida, la “normal” (2). Con algo que yo siempre había criticado: la superposición de estados, la política cuántica. Pero no acaban aquí los dilemas complejos. Dejemos el plano personal y veamos si el caso tratado puede estar inspirado por las peculiares características (3) del partido. Porque peculiares lo son un rato. Pasemos pues al plano colectivo.

Y para ello me concentraré en el fin último declarado textualmente en el manifiesto de marras: la autodisolución. O sea, que estamos hablando de un partido (4) que, a diferencia de TODOS los demás, no quiere perdurar, quiere desaparecer. Y esta finalista y terminal peculiaridad puede que, en lugar de facilitar el consenso –que sería lo lógico–, lo complique. Porque esta especie de igualación a cero matemática es el resultado de otro complejo dilema existencial, por el que el partido desea –también simultáneamente– dos cosas rotundamente opuestas e imposibles de conseguir: a) el máximo de votos y b) que la totalidad de los votantes (5) voten a otros y, en consecuencia, no le vote nadie. ¿Esquizofrenia? ¿Paranoia? ¿Trastorno de identidad disociativa? Pues no, utopía, generosidad y altruismo en grado extremo. Un proyecto único, encomiable y ejemplar que por su valor intrínseco debería ser suficiente para cohesionar y asegurar la unidad de propósito de toda la organización (6). Y, lamentablemente, parece que no es así. 

Resulta paradójico que un racionalista extremo, crítico impenitente de la inconsistencia, tenga que aceptar que se siente cómodo y que comulga de forma ciega con la madre de todas las inconsistencias, representada por la coexistencia de dos objetivos contrapuestos. A pesar de ello, no es preciso ahondar mucho en "los papeles" (7) para reconocer su implícita y potente consistencia, su transversalidad, su fuerza conceptual y la coherencia de su mensaje, características todas ellas que hacen superflua toda referencia explícita al término, toda exigencia de afirmación democrática. Porque, en mi opinión, utilizar este término (8) como banderín de enganche o como arma arrojadiza, lo devalúa, lo banaliza y lo desgasta por el uso.

Esto es por esto por lo que declaro que «yo no quiero ser demócrata, porque ya lo soy». Y no se trata de andar pregonándolo continuamente. Con dar ejemplo, es suficiente. Y con pertenecer a una organización única y ejemplar, también.

Y, por una vez y sin que sirva de precedente, hoy, la Calidad y la Excelencia están presentes. Respecto a la Política actual, por el exotismo y peculiaridad de la propuesta, no estoy seguro de poder encuadrar el artículo en esta categoría. Dejémoslo en una expectativa
 
Notas:
  1. La verdad es que tampoco había grandes aglomeraciones.
  2. Aquí, la “normalidad” debe verse en su sentido estadístico. No todos son así.
  3. característica: rasgo diferenciador.
  4. Para quien no lo haya descifrado, se trata de Escaños en Blanco.
  5. Es decir, los que votan. 
  6. Si no se le quiere llamar partido, no es lo sustantivo. Ya me vale.
  7. De hecho, debería ser suficiente con las 560 palabras del manifiesto citado.
  8. Así, en abstracto, sin adjetivar.

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