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domingo, 29 de junio de 2014

Cuent@s familiares

Permítaseme empezar con una digresión, que no lo es tanto si consideramos que nos encontramos en un blog dedicado a la política. Me voy a referir al empleo en el título del símbolo @, unidad antediluviana de peso en su designación nominal (arroba), arquetipo formal —de forma, no de fondo— de lo “políticamente” correcto en igualdad de género y, en mi opinión, haciendo honor a su nombre, muy pesado y trasnochado (1). Nos encontramos inmersos en un mundo más preocupado por la forma que por el fondo, evidenciado de forma paradigmática por la coexistencia amigable de cinco hechos paradójicos:
  1. Forma: El discurso político ha incorporado, en todas sus corrientes y banderías, el símbolo @ (verbalizado en el empleo obsesivo y secuencial del género masculino y femenino, con total independencia de que sea o no “gramaticalmente” correcto);
  2. Forma: La regulación normativa de la presencia tasada de ambos géneros en órganos de gobierno de entes privados y públicos;
  3. Forma: La preocupación formal por hablar continuamente de los desajustes económicos y discriminatorios entre ambos géneros;
  4. Fondo: La total y absoluta falta de preocupación real por tomar medidas de control eficaces para verificar y corregir la discriminación real existente, siendo de ello un ejemplo palmario la discriminación en el salario. La regla debería ser simple: “Mismo trabajo, mismo salario” (2) y
  5. Fondo: La proliferación de programas televisivos en los que se somete a escarnio público al supuesto género discriminado, sin mayor atención por parte del sistema “políticamente” correcto y "epidérmicamente" igualitario. 
Pero no es ésta la aplicación en el título. Más que igualación de género, basándome en la elegante e ingeniosa representación conjunta de dos letras, pretendo expresar una paradójica diferenciación conceptual. Puede leerse indistintamente como «Cuentas familiares» o como «Cuentos familiares», dos significados radicalmente distintos, pero que hoy veremos como convergen y hasta se confunden.  

Consanguinidad y Parentesco
El tema de hoy ha sido tratado con intensidad en la práctica totalidad de medios, pero como es habitual, transcurrida una semana ha sido olvidado, sepultado por el aluvión de datos con el que nos obsequia la actualidad y sus voceros. En la exposición de hechos me referiré a dos de ellos, de distinta y distante línea política, cuyos recortes en papel almacené por considerarlos relevantes y merecedores de atención. Empecemos por los títulos (ambos a cuatro columnas; los subrayados son míos):

  • «Familias en el órgano fiscalizador del Estado. Los lazos de parentesco en el Tribunal de Cuentas alcanzan a 100 empleados» (El País, 24 de junio de 2014).
  • «El presidente del Tribunal de Cuentas comparecerá por el posible enchufismo» (La Vanguardia, 25 de junio de 2014).

Sorprende la contundencia del planteamiento, en especial el empleo del término «enchufismo» por el conservador y cincunspecto medio barcelonés, apenas mitigado por su calificación de «posible».

  • El País: «...aproximadamente el 14% de la plantilla tiene vínculos familiares dentro de la institución y cerca de un 10% tiene vinculaciones con altos y medios cargos».
  • El País: «Desde el actual presidente, hasta el comité de empresa... tienen entre la plantilla a esposas, cuñados, concuñadas, primos carnales, hermanos, sobrinos, hijos, nueras, yernos e, incluso, amigos de la infancia, parejas sentimentales y hermanas de éstas».
  • El País: «Un portavoz señala que todos los empleados han superado “una oposición libre y abierta”».
  • La Vanguardia: «Álvarez de Miranda niega irregularidades y se defiende resaltando que es “fruto de la casualidad” y de una cierta “vocación familiar” de la institución».

Poco que añadir, en especial tras la precisa y didáctica enumeración de términos familiares y amistosos, la cual, por extensa, nos hemos abstenido de subrayar. Pero algo añadiremos. El hecho de que el organismo encargado de fiscalizar las cuentas del Estado sea el protagonista de tamaño despropósito confirma mi escepticismo y mi convicción en la absoluta imposibilidad de que la Calidad y Excelencia política sea algo factible. Que la peregrina justificación del fiasco se apoye públicamente en la «casualidad» y en la «vocación familiar», representa, además de un sacrilegio estadístico, una ofensa a la razón y un atentado a la inteligencia básica, lo que sumado al hecho de que no haya provocado la inmediata repulsa, la petición de dimisión, de un auditoria (3) o la presentación de querellas por parte de la «clase» política ni de los medios, reafirma mi conclusión de que esto no tiene arreglo. Por si esto fuera poco, la transversalidad política de los enchufadores, que se reparte por todo el espectro, la mayoría de ellos enemigos acérrimos de la consanguinidad en los cargos públicos (4) —con excepción de ellos mismos, por supuesto— evidencia de nuevo una confabulación endogámica, consecuentemente degenerativa, que tras espesas cortinas de humo parlamentarias (5) esconde un objetivo común e instintivo de supervivencia animal: la perpetuación de la especie.

En resumen: Cuentas y Cuentos (chinos) de familia (6).

Notas:
  1. A decir verdad, ya he detectado dos competidores, aunque a mucha distancia: el masculino asterisco (*), probable reminiscencia del venerable comodín del DOS (sólo para abuelos) y la femenina letra equis (x), quizá simbolizando la incógnita o ambigüedad implícita en el etiquetado sexual (el teórico y el práctico).
  2. Por esto no soy político ni creo que lo sea nunca. Si de mí dependiera, este problema se resolvía en 24 horas.
  3. Pero... ¿quién audita al auditor?
  4. Léase Monarquía.
  5. Humo y niebla que incluye, entre otros muchos, la hipócrita defensa de la igualdad de géner@.
  6. Con una ligera connotación mafiosa.

miércoles, 25 de junio de 2014

¿Elecciones? Mejor una Tómbola

Tras sufrir hoy el enésimo impacto en toda la frente —entendida como frontera de entrada y salida de ideas— de una información relativa a la detención de servidores públicos —en este caso, sindicalistas— y sus presuntos secuaces privados (1), en relación con el también presunto desvío de fondos públicos —sí, siempre públicos, es decir, nuestros—, me ha asaltado la necesidad de reflexionar sobre varios temas en confusa mezcolanza y confusión, tales como lo privado, lo público, los partidos, los sindicatos y la representatividad, en un intento, probablemente estéril, de aclarar mis ideas, que, como hemos dicho, son lo que se esconde detrás de la frente (por cierto, en mi caso, cada vez más amplia).

Y toda esta confusión parece haberse condensado en el título, surgido de forma instintiva, casi espontánea, título que, aún cuando todavía no veo demasiado claro, por su plasticidad me agrada sobremanera, por lo que lo mantengo y lo intentaré explicar, incluso a mí mismo.

Conviene aclarar de entrada que “mejor” debe tomarse como adjetivo comparativo, es decir, como «superior a otra cosa y que le excede en una cualidad moral o natural» (2), y que esa otra cosa son las elecciones. Por lo tanto, su valor no es absoluto, sino relativo, algo que, puestos a elegir, de mantenerse la penosa situación actual —situación que intentaré analizar a continuación—, me resultaría preferible.

Todo empieza, ahora, con el intento de encontrar, también de forma condensada, el significado o mensaje escondido que subyace en el chusco y escueto titulo, la proposición que me permita efectuar un desarrollo coherente del artículo y, consecuentemente, un aclarado de mis ideas. Y encuentro esto:
«Cuando los representantes de los trabajadores no son trabajadores y los representantes de los ciudadanos no son ciudadanos, puede suceder cualquier cosa».
Y esta proposición, vista así, ya empieza a decir mucho. En primer lugar, establece dos premisas,  las cuales condicionan la conclusión y, en aras de la precisión y objetividad, requieren por lo tanto aclarar el significado que se les supone —al menos en este artículo— a los términos “trabajador” y “ciudadano”(3).

Si entendemos un “trabajador” como el «que trabaja» (4), la primera premisa es aparentemente falsa, porque ambos “trabajan”. El problema aparece cuando analizamos “para quién trabajan”. Porque un trabajador “representado” puede trabajar indistintamente por su cuenta (autónomo) o por cuenta ajena (patrón o empresa pública o privada), pero un trabajador “representante” debe trabajar siempre por cuenta de sus representados. Y cuando esto falla, es porque no efectúan su trabajo, por lo que dejan de ser trabajadores. Serán otra cosa —imaginen la que quieran—, pero trabajadores, NO.

En cuanto a la segunda premisa, si entendemos por “ciudadano” la definición ortodoxa: «Habitante de las ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país» (5), volvemos a falsarla aparentemente. Si bien resulta indiscutible que los representantes de los ciudadanos son los políticos, y que estos ciudadanos “representantes” intervienen en el gobierno de país, lo que ya es más discutible es que lo hagan los ciudadanos “representados”, aunque sea de forma indirecta por su capacidad de elección en unas elecciones. Y aquí no tendré en consideración una no-conformidad mayor representada por el generalizado incumplimiento de sus programas, lo que conduce inevitablemente a que su «intervención en el gobierno del país» sea, sino diametralmente opuesta, sí significativamente distinta a la que esperaba el ciudadano "representado". En cambio, tendré en consideración su considerable alejamiento de la realidad estadística ciudadana, que se podría resumir en su pertenencia mayoritaria a la categoría de "trabajador", por supuesto presuntamente “representado” también por ellos. Y este alejamiento, este “desclasamiento” es el que vamos a intentar demostrar.

Para ello me he tomado la molestia de extraer de las biografías de los principales líderes políticos actuales (6) unos datos básicos (edad, formación académica, años de “trabajo” y años en “política") cuyo resumen aporto:

  • Mariano Rajoy Brey, Licenciado en Derecho, Registrador de la Propiedad, 85% de su vida (7) en política;
  • Alfredo Pérez Rubalcaba, Doctor en Química Orgánica, 74% de su vida en política;
  • Cayo Lara Moya, Agricultor, 64% de su vida en política;
  • Rosa Díez González, administrativa, 83% de su vida en política;
  • Artur Mas I Gavarró, Licenciado en Económicas y Empresariales, 15% de su vida en el sector privado (8), 85% en política;
  • Susana Díaz Pacheco, Licenciada en Derecho, 100% de su vida en política.

Además de estos datos resumidos, cabe señalar que, con la honrosa excepción del Molt Honorable President de la Generalitat de Catalunya, no se encuentra referencia alguna de “trabajo” ciudadano representado estadísticamente estándar (privado), repartiendo toda su actividad no-política entre el funcionariado, el sector público o la docencia. Por esto es por lo que pienso que, así sin más, no se les puede asimilar, como ciudadanos “representantes”, a la misma categoría de los ciudadanos “representados”. Es más, por su más que evidente alejamiento de la problemática real, del día-a -día, de los ciudadanos a los que presuntamente representan, resulta obvio que el resultado no puede ser bueno para los "representados".

Y un paseo rápido, tanto por el pasado (Felipe González, José María Aznar y Rodríguez Zapatero) como por el futuro (Pablo Iglesias, Eduardo Madina o Pedro Sánchez, entre otros), no mejora la situación. En resumen, predomina la formación en Derecho, la docencia, el funcionariado, lo público y brilla por su ausencia la formación técnica —perdón Sr. Rubalcaba— y la dedicación al competitivo sector privado, tan denostado, pero realidad indudable, con paro y todo, para la aplastante mayoría de los ciudadanos (mal) representados.

Y como no se puede negar que esta situación y estos representantes, lo son de forma legal, y que esta “representación” la ostentan por delegación expresa de los “representados” a través de las elecciones, debo concluir que algo no funciona. Que el problema real de nuestra democracia es de no-representación, pero que este problema no es visto así por la ciudadanía, enfrascada en un zapping electoral en la espera infantil, inmadura y cómoda de que “los nuevos lo harán mejor”, sin darse cuenta que lo que sucede es responsabilidad suya (o nuestra) y no de sus presuntos representantes.

Y por esto es por lo que concluyo: si esto sigue así —repito, si sigue así—, sería mejor descargar de los electores su responsabilidad, institucionalizar la irresponsabilidad ciudadana y sustituir las elecciones periódicas entre listas cerradas de políticos y no-políticos que aspiran a la permanencia y a la pertenencia (9), por una Tómbola. Por un sorteo, con un buen sueldo y con obligación social y penal de aceptar y ejercer el puesto. Sin ninguna duda, estadísticamente hablando, dado que toda la clase política actual renovable sería excluida, el resultado no sería peor que lo que tenemos. Por simple cálculo de probabilidades, nos representarían ciudadanos de todo pelaje y condición, lo que incluiría, entre otros, ciudadanos competentes, no mayoritariamente abogados, éticamente solventes y acostumbrados a la competitiva lucha diaria en las trincheras de la vida, no de los partidos. Sin duda, nos representarían mejor, la Calidad aumentaría y, probablemente, en algún caso, hasta rozaríamos la Excelencia.  Lo dicho: mejor una Tómbola.

Notas:
1 – Catorce detenidos por fraude en los cursos de formación de UGT-A.
2 – Acepción 1 DRAE.
3 – Al término “representante” no le dedicaré mayor atención.
4 – Acepción 1 DRAE.
5 – Acepción 4 DRAE.
6 – Había que elegir. Y he elegido a los que encabezan sus formaciones. Por algo será.
7 – He considerado desde los 20 años, a pesar de que yo empecé a trabajar (sin comillas) con 14 y algunos de ellos entraron en política en la pubertad.
8 – Rara avis. Me quito el sombrero.
9 – No sorprende el nulo interés por la política (entendida así) de personal ajeno, independiente y competente con inquietudes sociales y de servicio a la comunidad. Que haberlo, haylo.

jueves, 19 de junio de 2014

Del punto al Círculo ¿Política o Geometría plana?

Punto y Círculo
La inopinada aparición en el espectro político del partido Podemos ha situado la palabra Círculo en lugar preferente del vocabulario, circunstancia que ha despertado en mí recuerdos perdidos en la más recóndita profundidad de mis neuronas, archivados y oxidados desde hace más de medio siglo. Y dado que mi conocimiento del término es estrictamente geométrico, apoyado de forma concreta y aséptica en el tercer postulado de Euclides (1), no me he podido sustraer al deseo de explorar la hipotética relación entre Política y Geometría, dando por supuesto que el bautizo con esta palabra de una de la iniciativas estrella del partido estrella, debe tener un profundo y concreto sentido político, metafóricamente distinto, por ejemplo, al de un Cuadrado. Por descontado, todo lo que sigue no es más que un divertimento con el fin de entretener y estimular la reflexión.    

Punto:
Geométricamente hablando un punto es adimensional y se define como la intersección de dos líneas, definición recursiva donde las haya, como veremos en el apartado correspondiente. Ahora bien, si llevamos el punto al contexto político, su condición de adimensionalidad le concede una categoría conceptual de primer orden. No siendo nada, expresa una posición en el espacio, posición que en política no puede representar otra cosa que un origen o un final. No en vano se habla de los “puntos” de un programa, puntos que deberían entenderse como objetivos, como lo que se quiere conseguir, como compromisos de los cuales habrá (o habría) que dar buena cuenta ante los electores. Por descontado, y lamentablemente, también se utiliza de forma exagerada para definir la herencia del enemigo, en este caso, en una interpretación sesgada y bastarda, el “punto” de partida. Ni que decir tiene que prefiero su utilización como objetivo de futuro, porque en mi escala de valores políticos, la cúspide la ocupa el programa, el cual, desgranado convenientemente en “puntos”, es el que permite (o debería permitir) a los electores hacer oír su voz con conocimiento y propiedad cada vez que les preguntan en las urnas. Por lo tanto, nada que objetar, a pesar de su connotación estática, me encanta el “punto” político

Línea:
Una línea es una sucesión de puntos. Dicho esto, si queremos llevar la línea al terreno político deberemos acotar su infinitud y dejarla en un segmento, lo que nos permite visualizar un principio y un final. Y consecuentemente, un camino. Porque se habla de la “línea” política. A diferencia del punto, que expresa una posición estática (un adónde), una línea expresa movimiento y acción (el cómo) y, al igual que el punto, puede utilizarse a priori, como un compromiso o a posteriori, como balance o crítica. O sea que, en primera instancia, la utilización de la “línea” en un contexto político me parece de lo más apropiada y deseable. Lo que sucede es que, a diferencia del punto, el cual es una singularidad, una línea (o un segmento), compuesta por puntos, no tiene porqué ser recta. De hecho, en política, casi nunca lo es.

Porque una línea, además de recta, puede ser curva, tortuosa, incluso quebrada. Puede ser también horizontal, vertical o inclinada. Puede ser parabólica o hiperbólica. Y todos estos tipos de línea geométrica definen con precisión la línea política de un individuo (2), organización o partido, con la dificultad añadida de que cambian con el tiempo y acostumbran a mimetizarse con su entorno. Quizá otro día me dedique a establecer correlaciones, pero hoy queda aquí el planteamiento para quien quiera entretenerse. En cualquier caso, con toda su dificultad, lo dicho no desmerece en absoluto el hecho de que conocer la “línea” política de “lo político” es, como he dicho anteriormente, no sólo apropiado sino deseable y metafóricamente comprensible.

Círculo:
Circulo es el conjunto de los puntos de un plano que se encuentran contenidos en una circunferencia. Por lo tanto, un círculo es el contenido, no el envoltorio. Y esta definición es también perfectamente extrapolable al ámbito político, con la única salvedad que, según expresa en su web el partido patrocinador del invento, agrupa personas e ideas. Pero antes de esto, ahondemos un poco en la geometría, en especial en el envoltorio, la circunferencia, una línea muy, muy especial: «La circunferencia es una línea curva cerrada y plana cuyos puntos están a igual distancia de otro fijo que se llama centro». Observarán que he subrayado cinco términos, de los cuales dos («línea» y «punto») nos son conocidos y tres son nuevos, lo que nos lleva a concluir que caracterizan el círculo.

El primero de ellos («cerrada») ya no me gusta un pelo. Se trata de una línea sin principio ni final, un bucle recursivo infinito que, por si fuera poco, ejerce también el papel de límite o frontera, estableciendo una diferenciación clara entre los elementos que están dentro y los que están fuera, lo cual, geométricamente, además de servir de base a la teoría de conjuntos, es clarificador, pero me cuesta más encajarlo en el ámbito político. Lo lamento, pero a pesar de la nebulosa y seráfica justificación del patrocinador, me suena a registro voluntario de ideas e afinidades, por lo que a mí, que no me esperen (3).    

El segundo («plana») es geométricamente obvio, por lo que no se debería prestar más atención, más allá del recurso fácil de calificarlo de falto de “grosor” político y de perspectiva. Pero no pienso hacerlo. 

En cuanto al tercero («centro»), como descarto la centralidad política, me evoca el modelo heliocéntrico copernicano, muy en línea con el giro que pretende dar a la política el partido patrocinador, caracterizado hasta ahora, por exhibir (de buen grado o por desmesurada atención de los medios) hasta la saciedad la figura visible en torno a la cual gira y se articula su mensaje. Resumiendo, los puntos (personas e ideas) contenidos en la línea cerrada (límites), giran en torno a un punto común (que también será una persona y sus ideas) llamado centro.

O sea, que, a diferencia del Punto y la Línea, la utilización política del término Círculo no me convence. Lo cual no es óbice para considerar completamente legítimo el hacerse miembro de uno. Y como resumen final, en mi caso, me encanta estudiar los Puntos de un programa político, me interesa enormemente conocer o estudiar la Línea política de políticos o partidos, pero no me interesa nada el significado ni la función de un Círculo político, sea de Podemos o de cualquier otro, Porque el ejemplo, visto el éxito del invento, quizás cunda.

Notas:
1 – Se puede trazar una circunferencia con centro en cualquier punto y de cualquier radio.
2 – Sin ánimo peyorativo.
3 – Ya tengo bastante con Google, Facebook, Android e Internet.

lunes, 16 de junio de 2014

Ser o No Ser (demócrata)

Esta es la cuestión...
Toda decisión (sea multiopción —en el caso que nos ocupa, una mesa en un colegio electoral llena de papeletas distintas—, un obvio referéndum o el menos obvio 2 + 2, que se otea en el horizonte para Noviembre), en último término se reduce a dos. Y la aceptación de una de ellas implica el rechazo de la finalista, por descarte de las demás. En resumen, aceptar es rechazar, y cuando te lo dan resuelto (en forma de sí o no) es de agradecer. Por lo tanto, ante una decisión, siempre nos encontramos frente a un dilema. Pero no siempre es tan fácil. No todo es como elegir entre blanco y negro o un perfume entre muchos. Imaginemos tener que elegir entre ser demócrata y no serlo. Así, sin adjetivos ni matizaciones. Imaginemos también que, en un momento dado, esta elección se hace necesaria y que, cuando se te exige (o te la exiges tú mismo, por coherencia), resulta que crees que ya lo eres. Nos encontramos entonces frente a un dilema existencial complejo, casi hamletiano. En especial, si tu decisión puede ser interpretada de forma simplista con un «no decir sí es decir no». Y en estas estamos. Pienso en que conviene huir como de la peste de dilemas tan genéricos, pero en ocasiones, no resulta fácil. Sobre todo si te metes en el charco de cuatro patas. 

Recientemente, en el fragor de un debate político promovido por mí, con un objetivo pretendidamente inocuo, fundamentalmente descriptivo y declaradamente no polémico, consistente en publicar mi interpretación sobre un manifiesto aquejado de discrepancia aguda, con la ingenua pretensión de contrastar con otras interpretaciones y consensuar un término o concepto capaz de resumir la esencia del documento, vi rebatida mi interpretación y rechazada mi propuesta («representatividad») frente a la todopoderosa e imbatible madre de todos los conceptos políticos («democracia»). Y ahí terminó todo (1). A ver quién es el valiente que presenta oposición. Nadie. En mi opinión, esta extrema simplificación había abortado el debate.

Menudo dilema. Porque discrepo y a la vez, estoy de acuerdo. Y con ello entro en crisis total, porque esta situación me ha llevado a aceptar una cosa y la contraria simultáneamente, algo que me identifica con la clase política más extendida, la “normal” (2). Con algo que yo siempre había criticado: la superposición de estados, la política cuántica. Pero no acaban aquí los dilemas complejos. Dejemos el plano personal y veamos si el caso tratado puede estar inspirado por las peculiares características (3) del partido. Porque peculiares lo son un rato. Pasemos pues al plano colectivo.

Y para ello me concentraré en el fin último declarado textualmente en el manifiesto de marras: la autodisolución. O sea, que estamos hablando de un partido (4) que, a diferencia de TODOS los demás, no quiere perdurar, quiere desaparecer. Y esta finalista y terminal peculiaridad puede que, en lugar de facilitar el consenso –que sería lo lógico–, lo complique. Porque esta especie de igualación a cero matemática es el resultado de otro complejo dilema existencial, por el que el partido desea –también simultáneamente– dos cosas rotundamente opuestas e imposibles de conseguir: a) el máximo de votos y b) que la totalidad de los votantes (5) voten a otros y, en consecuencia, no le vote nadie. ¿Esquizofrenia? ¿Paranoia? ¿Trastorno de identidad disociativa? Pues no, utopía, generosidad y altruismo en grado extremo. Un proyecto único, encomiable y ejemplar que por su valor intrínseco debería ser suficiente para cohesionar y asegurar la unidad de propósito de toda la organización (6). Y, lamentablemente, parece que no es así. 

Resulta paradójico que un racionalista extremo, crítico impenitente de la inconsistencia, tenga que aceptar que se siente cómodo y que comulga de forma ciega con la madre de todas las inconsistencias, representada por la coexistencia de dos objetivos contrapuestos. A pesar de ello, no es preciso ahondar mucho en "los papeles" (7) para reconocer su implícita y potente consistencia, su transversalidad, su fuerza conceptual y la coherencia de su mensaje, características todas ellas que hacen superflua toda referencia explícita al término, toda exigencia de afirmación democrática. Porque, en mi opinión, utilizar este término (8) como banderín de enganche o como arma arrojadiza, lo devalúa, lo banaliza y lo desgasta por el uso.

Esto es por esto por lo que declaro que «yo no quiero ser demócrata, porque ya lo soy». Y no se trata de andar pregonándolo continuamente. Con dar ejemplo, es suficiente. Y con pertenecer a una organización única y ejemplar, también.

Y, por una vez y sin que sirva de precedente, hoy, la Calidad y la Excelencia están presentes. Respecto a la Política actual, por el exotismo y peculiaridad de la propuesta, no estoy seguro de poder encuadrar el artículo en esta categoría. Dejémoslo en una expectativa
 
Notas:
  1. La verdad es que tampoco había grandes aglomeraciones.
  2. Aquí, la “normalidad” debe verse en su sentido estadístico. No todos son así.
  3. característica: rasgo diferenciador.
  4. Para quien no lo haya descifrado, se trata de Escaños en Blanco.
  5. Es decir, los que votan. 
  6. Si no se le quiere llamar partido, no es lo sustantivo. Ya me vale.
  7. De hecho, debería ser suficiente con las 560 palabras del manifiesto citado.
  8. Así, en abstracto, sin adjetivar.

miércoles, 11 de junio de 2014

Podemos: mucho Qué, poco Cómo.

o Humo, mucho humo...

«Todos nos dicen qué hacer, pero pocos nos dicen cómo»

Transcribo aquí parte del artículo “Pasotismo: el Qué y el Cómo” publicado en mi blog de ética personal el 11 de mayo de 2013, el cual, pese a no estar directamente dirigido a “los políticos”, les dedicaba parte de la atención.
Pero, más allá de su enorme diversidad, en todos ellos subyace un denominador común que nos indica, exclusivamente, el «qué hacer». Como una pequeña muestra: proclamar la república, abolir la monarquía, conseguir la independencia, cambiar el gobierno, fomentar el crecimiento, la dación en pago, expropiar la banca, expropiar las viviendas vacías, no devolver la deuda, no despedir, no retrasar la jubilación, no reducir las pensiones, no cerrar consultas ni hospitales, no (co)pagar medicamentos, no reducir el gasto educativo, no frustrar a los estudiantes desaventajados –eufemismo que encierra múltiples significados–, no repetir cursos, no aumentar los impuestos (o subirlos), no practicar la violencia de género, no vulnerar los derechos humanos, no maltratar a los animales, no destruir el medio ambiente, no limitar la libertad, no robar, no matar, no masacrar, no, no, no...
Pero todo esto, ¿cómo se hace? ¡Ah!, amigo mío, esto es otra cosa. Parece que de lo que se trata, lo que se nos pide, es tirarnos a la piscina sin agua, suscribir el qué sin importar el cómo, al modo de los niños (1), esos locos bajitos, con pataleta incluida. Y quien no suscribe ciegamente el qué, es acusado de pasotismo y también demonizado por esta cohorte ejemplarizante que parece ostentar el monopolio de los derechos humanos y del bien-pensar universal.
Viene esto a cuento de la actualidad más rigurosa, tanto en el plano personal (el de la ética) como en el colectivo (el de la política), sumido yo, como pequeño miembro de ese colectivo, en la perplejidad más absoluta y la clase política en general en una reformulación de sus tácticas (2) motivada por el resultado de las elecciones europeas, que se puede resumir en fracasos generalizados, batacazo al bipartidismo y aparición de una fuerza emergente que es la que da título a esta entrada. Vamos, una revolución en el gallinero.

Y como aquí de lo que tratamos es de Calidad y Excelencia Política, podríamos decir que «nos lo han puesto a huevo». 

Siempre he tratado la política asimilándola a la gestión empresarial, contexto en el que los políticos juegan el papel de proveedores y los electores el de clientes. Y en este contexto, el producto viene representado por el programa. No me voy a repetir aquí, pero, del mismo modo que, a menos que te lo regalen, nadie —bueno, casi nadie— compra un burro sin mirarle los dientes, todos —bueno, casi todos— compran un programa electoral sin hacerlo. Metáforas aparte, en mi opinión, casi nadie se lee los programas de los partidos a los que vota. En el mejor de los casos, se vota con el corazón, no con el cerebro. Y así nos va. Nos quedamos en el envoltorio, en una cara, en unas palabras bonitas, en promesas y en humo, mucho humo. Nadie desenvuelve el paquete. Nos quedamos en el qué, sin importarnos el cómo. Y si el envoltorio nos gusta, el colmo de la satisfacción es meterle el dedo en el ojo al poder, ahora calificado sin ambages de «casta», practicando el zapping electoral apretando el nuevo botoncito que nos han puesto (ellos, no nosotros) en el mando.

Y como no se trata de extenderse demasiado, voy a desenvolver un poco el programa de la fuerza emergente, Podemos, que con 1.200.000 votos se posiciona como cuarta fuerza política española en el Parlamento Europeo, y a la que determinados sondeos le vaticinan un sonado éxito en las generales. Y digo un poco porque el documento tiene 40 páginas, aunque, hay que reconocerlo, bien estructurado, con índice y todo, de tal forma que permite abordarlo por puntos concretos. Este es el Índice:
  1. Recuperar la economía, construir la democracia
  2. Conquistar la libertad, construir la democracia
  3. Conquistar la igualdad, construir la democracia
  4. Recuperar la fraternidad, construir la democracia
  5. Conquistar la soberanía, construir la democracia
  6. Recuperar la tierra, construir la democracia
Todo un primor (la negrita es de ellos). Todo un catálogo de qués, suscribible por todos y cada uno de nosotros, porque me pregunto: ¿quién no quiere recuperar la economía, conquistar la libertad, conquistar la igualdad, recuperar la fraternidad, conquistar la soberanía, recuperar la tierra y, como buen mantra recurrente, construir la democracia? Solo le pondré un pero estético: echo en falta las mayúsculas, y, no menos importante, falta la negrita en «democracia». Pero no nos quedemos aquí, ahondemos un poco (3) y busquemos cómos:

1 – Recuperar la economía: creación de empleo «decente» (4), reducción de la jornada laboral a 35 horas, reducción de la edad de jubilación a 60 años, redistribuir «equitativamente» el trabajo y la riqueza, prohibición de despidos en empresas con beneficios, establecer mecanismos para combatir la precarización del empleo, incremento significativo del salario mínimo interprofesional, derecho a disfrutar de una pensión pública que garantice una vida decente,...

2 – Conquistar la libertad: Ampliación y extensión de la figura del referéndum vinculante, también para todas las decisiones sobre la forma de Estado y las relaciones a mantener entre los distintos pueblos si solicitaran el derecho de autodeterminación, democratización de todas las instituciones, incluida la jefatura de los Estados (5), priorizar la adjudicación de la gestión y ejecución de obras y políticas públicas a empresas locales, limitación de la adjudicación de la gestión y ejecución de políticas públicas a grandes empresas, acceso en condiciones de igualdad a los medios de comunicación públicos y privados de todas las candidaturas que concurran a elecciones, auditoria pública y efectiva de la financiación de los partidos políticos (6),…

3 – Conquistar la igualdad: Aumento de plantilla en la sanidad pública, prohibición explícita del copago sanitario y farmacéutico, puesta en marcha de medidas orientadas a garantizar la gratuidad del material escolar de todos los niños y niñas de la Unión en instituciones educativas de ámbito público, aumento de las ayudas públicas para estudiantes con dificultades económicas, limitación de las tasas universitarias, elevar un 200% en 10 años la financiación pública para la investigación en todos sus niveles, despenalización de la ocupación por parte de familias o personas en situación de vulnerabilidad o sin techo de viviendas vacías pertenecientes a bancos y cajas intervenidos o rescatados, o de viviendas vacías durante más de un año de inmobiliarias y promotoras,...

4 – Recuperar la fraternidad: Prohibición de los CIES, anulación de los programas contra la inmigración, FRONTEX y EUROSUR, fin de la llamada "Directiva de la vergüenza", eliminación de las vallas fronterizas anti-persona y del SIVE, fin de la política de externalización de fronteras, derecho a tener derechos (7), libre circulación y elección de país de residencia y regularización y garantía de plenos derechos para todas las personas residentes en suelo europeo, sin distinción de nacionalidad, etnia o religión, con o “sin papeles” (8), impulso de la armonización salarial europea con el criterio de convergencia con los países con niveles de remuneración más altos (9),...

5 – Conquistar la soberanía: Derogación del Tratado de Lisboa, las grandes decisiones macroeconómicas han de ser precedidas de un debate público real y referéndums vinculantes, inclusión en el Tratado de Lisboa (10) de la necesidad de ratificación democrática con participación popular efectiva para los cambios que afecten a las Constituciones de los países miembros, creación de mecanismos de control democrático y medidas anticorrupción (6),

6 – Recuperar la tierra: Impulso del necesario decrecimiento en el uso de energías fósiles y materiales, precios del agua urbana progresivos que garanticen el derecho al agua para todos y penalicen el consumo excesivo, regulación de los productos transgénicos por entidades independientes de intereses comerciales, acabar con la contaminación y el riesgo de cambio climático (11), cierre programado de las centrales de gas y de carbón, prohibición del fracking, prioridad al transporte basado en la motricidad eléctrica sobre los derivados del petróleo,...

Pues bien, lo extractado es un ejemplo típico de la exagerada utilización del qué en los programas electorales. Por descontado, el documento incluye cómos, y muchos, pero esto no invalida la prevención que debería sentir un elector ante un programa (o todos) de este tipo. Y aun así, si lo lee, y decide darle un margen de confianza, bien está. Pero el verdadero problema, el que se sitúa en la  base de la frustración y el descontento de la ciudadanía es no leer —no hacerlo o hacerlo sin sentido crítico— los programas. No inspeccionar el producto antes de comprarlo. Porque al no leerlo, al no juzgarlo, al no criticarlo, limitamos nuestras opciones, lo que es lo mismo que decir que limitamos nuestra libertad de elección —y lo que es más importante, de no-elección— y abjuramos de nuestra responsabilidad, si bien nada nos impedirá ejercerla a posteriori —normalmente, fuera de las urnas— si los resultados de nuestra irreflexiva elección no nos satisfacen.

Por lo tanto, no me gustan los qués sin los cómos. Porque como todo, un programa electoral, al igual que los objetivos o fines de un partido político, es el resultado de un proceso, en el que la primera fase es definir lo que se quiere (el qué), y la segunda fase, y final, debe ser el cómo: cómo se piensa conseguir el objetivo. Y el escamoteo de este segundo requisito marca la abismal diferencia existente entre la teoría y la práctica. Por lo tanto, un qué sin un cómo no es un producto. Por lo menos, no es un producto acabado. Es un proyecto pendiente de definición. En definitiva, una piscina sin contenido, sin agua. No es que su Calidad sea baja, es que es cero, no tiene. Y de la Excelencia, de nuevo, ni hablar.

Notas:
  1. Que todo lo quieren, sin importarles el cómo (esta nota no aparece en el texto original).
  2. Que no estrategias, porque no se miran más allá del ombligo, es decir, de las próximas elecciones.
  3. Ni que decir tiene, que este ahondamiento es tremendamente selectivo, consecuentemente subjetivo, centrado, no exhaustivamente, en lo que me parece más relevante para el objeto del artículo: la omisión o la extraordinaria dificultad del cómo. En resumen, las ausencias no representan juicio de valor alguno respecto a su formulación en el documento.
  4. Lo que me sugiere esto, dicho así, sin más, no quedaría bien aquí.
  5. Ésta resulta particularmente «buenista».
  6. Chapeau. En este caso no es preciso decir cómo. Simplemente hay que hacerlo. Veremos si cuando alzan el vuelo empiezan por ellos mismos.
  7. Todo un hallazgo.
  8. ????
  9. Pues claro.
  10. Pero ¿no pretenden derogarlo?
  11. En honor de la verdad, aquí se mojan.

jueves, 5 de junio de 2014

Representatividad y Asepsia

¿Quién me representa? ¿Vale realmente la pena?
Me va a resultar francamente difícil empezar esta entrada sin una mínima referencia al período de silencio (casi tres meses), cuyas causas tienen mucho que ver con el tema de hoy. Pero, por ahora, será suficiente justificar el mismo con un notable aumento de actividad en el ámbito político que ha monopolizado prácticamente mis recursos físicos y mentales hasta el punto de esterilizar mi natural querencia a la escritura, vista como el resultado de un proceso creativo por excelencia, cuya primera y agradecida fase es pensar. Por lo tanto, puedo asegurar que la tarea en la que estoy —todavía— metido, ha sido —y es— tan gratificante y absorbente que no lo he echado de menos. Y me refiero tanto a pensar en política como a escribir sobre ella.

Se preguntarán (yo lo he hecho) qué es lo que ha llevado a un escéptico político redomado, ferviente defensor de la inacción activa, a involucrarse en un proyecto político hasta el punto de olvidar su cita periódica con la pluma y papel virtuales. La respuesta es simple: Encontré —o creí haber encontrado— la piedra filosofal, la respuesta a todas mis inquietudes, la recuperación de la confianza en la política, la confirmación de que no todo estaba perdido, que existía esperanza de cambio, de regeneración o, por lo menos, que existía una percha, un banderín de enganche para los desencantados como yo, donde un grupo de personas —pronto verifiqué que muy reducido, casi una élite— luchaba desinteresadamente por conseguir un objetivo clave en cualquier sistema democrático de calidad: la representatividad. Porque la representatividad siempre ha sido, para mí, el concepto que se encuentra en la cúspide jerárquica de la democracia. Pero ya es momento de abandonar las referencias personales (la ética) y centrarme en la vertiente colectiva (la política).

Siguiendo con mi costumbre de generalizar y no personalizar, me abstendré de transcribir el nombre de la organización política que, en forma de partido, ha absorbido buena parte de mi tiempo libre, aunque, a pesar de su escasa implantación en el mercado político, no será difícil su identificación.

Su objeto es simple: brindar a la ciudadanía huérfana de representación política una vía para visibilizar su descontento mediante su voto y su posterior materialización en algo tan concreto y físico como un escaño vacío en las instituciones. La quintaesencia para un racionalista. Adicionalmente, como consecuencia de no ocupar el escaño, ni el elegido ni el partido cobrará sueldo ni subvención alguna. Y la guinda del pastel es que, una vez conseguido que la Ley Electoral garantice la representatividad del voto en blanco, el partido ¡se autodisolverá! (como en Misión Imposible)1. Para mí, todo un descubrimiento. Pues bien, basta de preámbulos. Vayamos al título.

Representatividad:
Este es un concepto capital. En este blog siempre he defendido que los políticos son nuestros representantes, en los que hemos delegado la gestión de la cosa pública, especialmente a través de nuestros impuestos. Para esto los votamos. No es momento de entrar en más profundidades respecto a si votamos partidos o personas físicas. En cualquier caso, en el estado actual de la cosa, resulta secundario. Votando a un partido, delegamos en él y en sus políticos nuestra representación. En terminología empresarial, los políticos son los proveedores y los electores los clientes. Y los clientes, además de siempre tener razón, deben estar satisfechos. Y el enorme déficit de nuestro sistema es, precisamente, la falta de representatividad de los insatisfechos, a los que sólo les queda la abstención, el voto nulo o el voto en blanco como forma de expresión de su posición crítica, acciones sin consecuencia alguna y, por descontado, ausentes de toda representatividad formal. Esto determina la exclusión del sistema de una significativa parte de la ciudadania que en las recientes elecciones europeas, ha superado la mitad del censo (52,87%). Por lo tanto, la crisis es de representatividad y corregir este déficit representa una prioridad total. De ahí mi sintonía con el proyecto. Pero hay más.

Asepsia(2):
Para una mentalidad analítica, que gusta de hacer las cosas una detrás de otra, en secuencia, resulta absolutamente fundamental establecer una escala de prioridades que determine el orden de actuación. Y ya hemos establecido como primordial la representatividad. Nada hay más ineficaz y, por ende, más ineficiente que la dispersión de esfuerzos en una estéril multitarea que como pollo sin cabeza vaga sin rumbo entre complejidades conceptuales que sólo impresionan a la galería y satisfacen el ego del sujeto político de turno. Por esto, para mí, el discurso político debe ser aséptico, libre de toda contaminación que le aleje del objetivo principal: la representatividad. Y para esto, el discurso debe ser entendible y comprensible, destilado y concentrado en la esencia de lo que se pretende. Y contra más evidente, concreto, material y físico sea al objetivo, mejor. ¿Qué puede haber más concreto que un escaño vacío
Haciendo uso de la definición, procede ejecutar «un conjunto de procedimientos científicos destinados a preservar de gérmenes infecciosos el organismo...», organismo político, añado, es decir, el partido. Y estos gérmenes —como lamentablemente he podido observar desde dentro— son la pérdida de perspectiva y el deseo de extender las actividades más allá de la simple y, paradójicamente, compleja exigencia de representatividad, pudiendo dar al traste con todo el proyecto. Los grandes conceptos arrastran con ellos la indeseada y onmipresente incertidumbre del lenguaje, potentísima barrera para la comunicación y el entendimiento. ¿Qué quiere decir exactamente mejorar «la democracia»? ¿No querremos decir mejorar «a los demócratas»? O, incluso...¿mejorar a «la sociedad»? ¿Quienes somos nosotros para arrogarnos tan grandilocuentes y confusas metas? ¿Porqué no concentrarse en una sola tarea: conseguir la representatividad?

Se olvida que la sociedad es como es —no como nos gustaría que fuera— y que, una vez cumplido el hipotético —y utópico, con perdón— objetivo de representatividad plena, la sociedad tendrá la oportunidad de elegir con libertad cualquier opción, y que, entonces, la praxis política será un reflejo fiel de la ciudadanía, la cual, a fin de cuentas, en democracia, ha sido, es y será soberana. Y cuando esto suceda, a disolverse y quien tenga vocación política, que la ejerza desde su puesto. Y si la vocación resulta insostenible, no será por falta de otros partidos con manifiestos, programas y estatutos mucho más complejos y profundos que éste (no sé si tan auténticos).

Conclusión:
El descubrimiento de un partido con un objetivo concreto, físico, único, claro, mensurable, asumible por cualquiera e ideológicamente transversal, que coincidía al 100% con mi análisis del sistema político y su déficit fundamental, representó todo un shock, lo que me llevó a abandonar mi escepticismo e involucrarme en el proyecto, a sabiendas de la dificultad intrínseca, pero feliz de no encontrarme solo en el empeño. Y la verdad es que ha sido gratificante, en especial, la calidad y el compromiso de las personas que he conocido. Pero el mismo hecho de haber encontrado tiempo para pensar y escribir este artículo no me parece buen síntoma. Recientemente, con motivo de un debate sobre la posición formal del partido frente a cuatro conceptos con mayúscula (Abdicación, Referéndum, Monarquía, República), he apreciado una cierta crisis de identidad que me ha hecho sentir profundamente incómodo, asistiendo a reiterativas discusiones conceptuales que no conducen a nada y que diluyen el concentrado al que me refería anteriormente: la representatividad. Quizá todo sea problema mío, y no haya sido capaz de entender y comprender el manifiesto y el programa, pero no lo creo. En todo caso, esto parece ser extensivo a muchos miembros. Siempre he mantenido que «la calidad de una proposición es inversamente proporcional al número de interpretaciones que admite». Y para mí, el manifiesto es de extraordinaria calidad. Es más, lo calificaré de excelente. Y el problema es que, cuando abandonamos la compleja simplicidad del escaño vacío, salen a la luz las diferencias ideológicas y culturales, incluso éticas, cuya privacidad era (3) uno de los mayores valores del colectivo y, por extensión, del proyecto. 

Y con esto, desaparece la Calidad y la Excelencia y triunfa la Política. Pero no la que deseo (deseamos), sino la que tanto he (hemos) denostado. Esperemos alguna vacuna. Seguiremos informando (4)

 Notas:
1. Espero que esto no sea premonitorio
2. asepsia (RAE).
(Del fr. asepsie).
  1. f. Med. Ausencia de materia séptica, estado libre de infección.
  2. f. Med. Conjunto de procedimientos científicos destinados a preservar de gérmenes infecciosos el organismo, aplicados principalmente a la esterilización del material quirúrgico.
3. Tiempo verbal en pasado.
4. Esta entrada puede leerse tanto en clave interna (compañeros del partido) como externa. En este último caso, puede ser ilustrativa de la situación en que se encuentra lo que pudiera ser el último reducto de autenticidad de un pequeño elemento atípico aquejado de fiebre en riesgo de ser reabsorbido y metabolizado por el sistema.