Si visita este blog por PRIMERA VEZ, le recomendamos leer EN PRIMER LUGAR Empezando por el principio.

domingo, 24 de junio de 2018

Lo que no podemos saber

Estoy en plena faena (aproximadamente, al 50%) con un excelente libro de Marcus du Sautoy del cual me he apropiado del título para esta entrada: Lo que no podemos saber. El autor es un conocido divulgador, catedrático de matemáticas en Oxford, que dedica esta publicación a explorar los límites del conocimiento humano, en un ilustrativo y esforzado intento de establecer dichos límites y, consecuentemente, de especular sobre la existencia de la inexistencia, basándose en el supuesto, que comparto, de que es la percepción la que crea la realidad. En pocas palabras, lo que no percibimos no existe, entendiendo como percepción, la percepción sensorial, la de los sentidos, es decir, lo que no vemos, oímos, olemos, gustamos o tocamos, no existe (para el sujeto no perceptor, claro está), lo que excluye cualquier introspección mental, intuición, creencia o teoría no verificable o falsable científicamente.

Ni que decir tiene que dado que el libro centra su interés en las fronteras extremas del infinito cósmico y del sub-atómico —con alguna que otra excursión teológica—, nada más lejos de mi intención aquí y ahora el comentar o criticar su contenido o conclusiones, tarea que delego agradecido en quien se considere interesado en las grandes preguntas que plantea el conocimiento actual del mundo físico, tras la más que recomendable lectura del libro. ¿Qué pintan pues sus 570 páginas en esta humilde publicación? Vamos a intentar explicarlo.

No quisiera ser tildado de superficial, pero lo que me impactó del libro fue la primera entrada del CONTENIDO, situado, como a mí me gusta, al principio, tras los créditos y copyrights. Dice así:

Frontera cero: lo que sabemos que no sabemos.

Y lo compré.

Y lo hice porque “saber lo que no sabes” es uno de los principios fundamentales que me han guiado a lo largo de mi ya dilatada trayectoria vital y porque al encontrarme con él en una obra tan especializada rememoré inmediatamente la atención prestada al trabalenguas en mi blog personal, reflejada en tres entradas de las que destaco los párrafos más relevantes, resaltando las coincidencias cuasi textuales:

Saber de lo que hablas, hablar de lo que sabes:

«Reconozco que no se trata de aplicar de forma generalizada el método socrático a todos mis interlocutores, pero sí entiendo que, en determinadas ocasiones, es absolutamente necesario. Porque ya no estamos ante la inevitable y omnipresente incertidumbre del lenguaje —tema que, como he expresado en múltiples ocasiones, me apasiona—, ni ante problemas de contexto —la cómoda escapatoria de todo cultivado incomprendido—, sino ante la ignorancia más supina, llevada de muy mala manera, porque ni es aceptada ni, en muchos casos —y esto es lo peor—, conocida. Es decir, no saben que no saben. Y eso es saber bien poco».

Ignorancia, Humildad, (in)Tolerancia:

«La máxima expresión de la ignorancia es no saber lo que sabes ni saber lo que no sabes. En pocas palabras: (no) saber nada».

Es Verdad, está Bien…:

«En el fondo todo se reduce a «hablar de lo que se sabe» o a «saber de lo que se habla». Y es que no hay nada peor que «no querer saber», porque «no saber que no se sabe» es ignorancia, mientras que lo otro es irresponsabilidad o, en el peor caso, maldad patológica».

¿Cómo podía pues no interesarme una obra que empezaba precisamente por eso: por establecer “lo que sabemos que no sabemos”? Imposible. Y en ello estoy. A partir de ahí, sabido lo que no sabemos, más o menos por la página 300, en un apasionante viaje de la mano de Marcus du Sautoy, explorando los límites del conocimiento humano: lo que no podemos (ni podremos, y esto es mío) saber. Pero esta es otra historia, y ya va siendo hora de acabar con la introducción (había olvidado que estaba intentando explicar la relación entre el libro y esta entrada en el blog).

Pues esta es toda la relación: los evocadores títulos de la obra y del primer capítulo. Nada más.

Y ahí está el libro. Sobre la mesa. Con su hermoso título. Y aquí estoy yo, frente a la mesa. Recapacitando sobre el momento que nos ha tocado vivir. No tanto por la mera evolución vegetativa y su impacto sobre el conocimiento y su permeabilidad —o, mejor dicho, impermeabilidad— estadística en la sociedad, como por la lacerante simplificación del discurso y actitudes de quienes, desde la función pública, deberían dar ejemplo de autenticidad y coherencia, en lugar de intoxicar al personal con una interesada mezcla de pretendidas verdades trascendentes y simbolismos estéticos que, desgraciadamente, encuentran eco en piaras y rebaños de seres pretendidamente racionales.

Y entonces me pregunto: ¿Acaso ellos y ellas creen que lo saben todo? ¿Son capaces de asumir o reconocer algún grado de incertidumbre (por pequeño que sea) en sus lapidarias declaraciones justificativas o premonitorias? ¿Saben lo que no saben? ¿Engañan conscientemente al personal? ¿Son conscientes de que el uso y abuso de las palabras “todos”, “nunca” y “siempre” refleja una ignorancia supina?

Y me digo: vamos a escribir algo. Y ya está escrito.

EPÍLOGO: Como puede apreciarse fácilmente, esta entrada es una aparente digresión, y he estado dudando largo rato si era más apropiada para el blog personal. Pero no nos engañemos. Trata de política, aunque en ella se omite toda referencia identificativa explícita a “ellos y ellas” y sus obras y milagros. Son tantas (las obras y ellas) y tantos (los milagros y ellos) que hacen imposible su conocimiento y enumeración. Esta es una de las muchas cosas que no podemos saber y que sabemos que no sabemos. Pero están ahí. Para nuestra desgracia. En un bucle recursivo que no podrá sino empeorar. Porque no saben que no saben.—o quizá sí, lo que es peor—. Y nadie de los que saben —que los hay— se lo dice. Mientras tanto, seguiré leyendo el libro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario