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sábado, 8 de marzo de 2014

Formas Impúdicas

Ayer, tenía bastante claro que ganas, lo que se dice ganas, de escribir sobre política, la verdad es que no muchas. Pero la realidad es que las ganas de escribir, en genérico, priman sobre lo escrito. Y uno debe ser coherente con la servidumbre autoimpuesta de alimentar razonablemente un blog sobre política, blog que en su irregular y accidentado devenir ha dejado por el camino muchas de las expectativas que había depositado en él, en especial la exploración de su relación con la Filosofía, digna disciplina que he decidido no merece ser contaminada con la baja calidad y la nula excelencia que nos transmiten nuestros políticos. El lector podrá preguntarse entonces porqué mantener abierto un frente —en su acepción combativa— con un tema tan desmotivante. Pues resulta que, a pesar de ello, me interesa la política, vista como la proyección de la ética personal al ámbito colectivo, como una omnipresente influencia a la que, a pesar de la creciente desafección que despierta entre los «gobernados» —clientes políticos, en nuestra terminología—, no nos podemos sustraer, influencia que condiciona y afecta a todas nuestras actividades. Y este interés, que podría calificarse de morboso, es el que me hace reflexionar y publicar, con mayor o menor frecuencia, estas reflexiones.

Rajoy, al fondo, en sus cosas.
Y resulta que anoche, sumido en esta incertidumbre, saturado de temas puntuales que merecerían atención crítica —destructiva, por supuesto—, inmunizado por esta avalancha de hechos que me impedía categorizar y seleccionar uno de ellos, decidido ya a dedicar el sábado a la dulce y gratificante lectura, hace su aparición en el informativo televisivo el rostro de Bono —no el ex-político, sino el cantante de U2—, tocado con su personal e intransferible look, parapetado tras un atril en el Congreso Popular Europeo en Dublín, haciendo un panegírico de Rajoy, reclamando atención, turistas e inversiones para España y apuntando la posibilidad de que U2 dedique su atención —no aclaró si parcial o plena— al... ¡¡¡flamenco!!! Pero no es a esta estrafalaria irrupción, en fondo y forma, del músico en la política a la que voy a dedicar la atención de hoy (de hecho, existe un cierto paralelismo teórico y formal entre la promoción de un partido «de derechas» y la promoción de bolsos de Louis Vuitton), sino a las formas exhibidas por el auditorio, o, mejor dicho, mostradas por el corte elegido para la noticia. Y me voy a referir a estas formas en comparación con las que nos presentan los medios prácticamente todos los fines de semana informando de las perpetuas reuniones congresuales y asamblearias de nuestros Partidos políticos, repartidas por toda la geografía nacional y autonómica, por supuesto.

Por descontado, puede que lo que voy a permitirme criticar de nuestros Partidos también se haya dado en Dublín y no nos lo hayan mostrado, pero lo dudo. La verdad es que las imágenes mostraban un auditorio atento y cincunspecto durante las intervenciones (incluida la de Bono, lo que es toda una proeza) y comedido en el aplauso, formas que recuerdo también similares a otras reuniones políticas ya no europeas sino locales (me vienen a la memoria congresos políticos en Alemania o en el Reino Unido). Nada que ver con los espectáculos con que nos obsequia nuestra clase política dentro de nuestras fronteras.

Aún sentado... qué éxito.
No voy a particularizar, entran en esta categoría tanto las reuniones «privadas» (Congresos, Comités, etc. de Partido) como «públicas» (Plenos, debates, etc. del Congreso o Senado). En todas ellas tanto los asistentes como el propio Partido presentan unas formas que me atreveré a calificar como impúdicas, un espectáculo de exhibicionismo político que no alimenta otra cosa que el rechazo de los perplejos espectadores. Esta impudicia se manifiesta de forma especial —o así nos lo muestran los medios— en la forma con que se premian las intervenciones, en particular las de líder, consistente en la puesta en pie de todos los asistentes, una cerrada ovación, un exagerado palmeo y el seguimiento con la mirada del sujeto hasta su llegada de vuelta a su silla (en el caso de las Cámaras, sillón) y su repetida y falsamente humilde solicitud de dar por finalizada la pleitesía. A este respecto no puedo olvidar la arrebolada mirada y la sumisa reverencia con la que Soraya Rodríguez, portavoz de PSOE en el Congreso, siguió a Rubalcaba hasta que llegó a su lado tras finalizar su discurso en el reciente Debate sobre el Estado de la Nación (1).

¿Y porqué califico estas formas como (políticamente) impúdicas (2)? Pues con la que está cayendo, parece mentira que no se ruboricen ni sientan el menor recato en presentarse de esta forma repetidamente ante sus representados, habitualmente en mastodónticos palacios de congresos o locales exhuberantemente decorados e iluminados, pagados con nuestros impuestos, aplaudiéndose a ellos mismos, hablando de sus cosas, generalmente incomprensibles para los representados —incluso, para muchos de los presentes—, refiriéndose, cuando deciden dedicarnos atención, a lo mal que lo hacen los adversarios, en lugar de proponer acciones y soluciones reales a los problemas reales que nos atenazan, gran parte de los cuales se ven agravados por su sectaria y partidista actuación alejada de todo planteamiento políticamente transversal a medio y largo plazo.

Y a este impúdico espectáculo de despilfarro y autobombo es al que asistimos cotidianamente en los noticiarios televisivos. De acuerdo en que son las formas, que son sólo apariencias, que debemos centrarnos en el fondo de la cuestión. Que no hay que confundir continente con contenido, que una cosa son las sardinas y otra la lata, que el envase no es el producto, que el hábito no hace al monje, y así podríamos seguir hasta el infinito, porque todo esto es cierto. Excepto, en mi opinión, en política. Porque en política, fondo y forma se confunden. Y si la formas son impúdicas, el fondo también. 

Nada les impediría —no creo que le restase eficacia al acto— reunirse en locales menos ostentosos, aplaudirse menos, dejar de lucir estos falsos semblantes de extrema satisfacción que en muchos casos ocultan animadversión profunda, emplear un lenguaje más próximo y comprensible, no gritar tanto, abandonar el triunfalismo, dejar de glosar los pretendidos éxitos propios y olvidarse de los fracasos o herencias recibidas de la oposición y, sobre todo, no reunirse tanto. Quizá lo hacen igual —personalmente, no lo creo—, pero, según tengo entendido, en el Reino Unido y en la República Federal Alemana no son noticia habitual. Quizá porque los políticos de allí así lo desean y entienden que las medallas no se las deben poner ellos sino los electores. Y estas formas son, en principio, exponentes de mayor Calidad política. 

Hoy, de nuevo, nos olvidamos de la Excelencia. Quizá deberé empezar a considerar, al igual que sucedió con la Filosofía, erradicarla del título. 

Notas:
1 – Otro tanto, aunque en menor medida (también, Soraya, más bajita) se dio en el otro lado.
2 - impúdico, ca. (del lat. impudicus). adj. Sin pudor, sin recato (Diccionario RAE).

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